Poesía y Naturaleza
Por Amparo Torralbo, profesora de Lengua Castellana y Literatura
Este artículo no pretende ser un análisis minucioso de las relaciones entre la poesía y la naturaleza, sino únicamente una pincelada con textos queridos por mí.
La presencia del tema de la naturaleza en la Edad Media es sumamente interesante. En las jarchas (maravilloso testimonio de la convivencia – hoy impensable – entre cristianos, musulmanes y judíos) no hay descripciones detalladas de la naturaleza pero esta se usa como telón de fondo para expresar la tristeza de la protagonista lírica ante la falta de su habibi.

En sus hermanas, las cantigas de amigo gallegoportuguesas, el mar se convierte en ocasiones en confidente de la mujer que se lamenta por la ausencia de su amigo-amado.

En los romances líricos tradicionales, la naturaleza desempeña un papel fundamental, como escenario y como elemento simbólico, siendo un reflejo de los estados de ánimo del yo lírico. He aquí uno de mis romances preferidos, el del prisionero.
Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor,
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión,
que ni sé cuándo es día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
¡dele Dios mal galardón!
En el Renacimiento, la naturaleza es un tema fundamental, recreado en tópicos como el locus amoenus o el beatus ille. Siempre se tratará de una naturaleza absolutamente idealizada.
En Garcilaso de la Vega encontramos una comunión entre los elementos naturales y el estado de ánimo del poeta. Así habla el pastor Nemoroso en la Égloga I.
Corrientes aguas, puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas,
verde prado, de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno:
yo me vi tan ajeno
del grave mal que siento,
que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría
por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría.
Conocidísimo es el poema de Fray Luis de León, modelo de ascetismo, en el que recrea el tópico del beatus ille horaciano: es dichoso el que se aleja del mundanal ruido y vive en contacto con la naturaleza. Estas son algunas liras de la Oda a la vida retirada.
¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;
[…]
¡Oh monte, oh fuente, oh río,!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
San Juan de la Cruz, gran amante de la naturaleza, ve en ella la presencia de Dios. En su Cántico espiritual, la Esposa (el alma) habla así:
Esposa.
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
[...]
¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado,
decid si por vosotros ha pasado!
[...]
¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!
[...]
Mi amado, las montañas,
Los valles solitarios nemorosos,
Las ínsulas extrañas,
Los ríos sonorosos,
El silbo de los aires amorosos.
[...]
Gocémonos, Amado,
Y vámonos a ver en tu hermosura
Al monte y al collado,
Do mana el agua pura;
Entremos más adentro en la espesura.
En el Barroco, la naturaleza continúa siendo un elemento fundamental, si bien la forma de presentarla es distinta a la del XVI. Mi ilustre paisano Góngora es el máximo representante del culteranismo. En las Soledades, la naturaleza desempeña un papel fundamental: unas veces sirve únicamente de escenario y en otras es un reflejo de los estados de ánimo del poeta. Este recrea el tema del menosprecio de corte y alabanza de aldea: se establece un contraste entre la belleza y el esplendor del ambiente natural y la vida cortesana. Quizás estéis pensando que don Luis no predicaba precisamente con el ejemplo. Estoy de acuerdo: ¡he aquí uno de los contrastes del Barroco! Las referencias cultistas y mitológicas están muy presentes en la lírica del que fue calificado justamente por Dámaso Alonso (el mejor conocedor de su obra) como príncipe de la luz y príncipe de las tinieblas.
Era del año la estación florida
en que el mentido robador de Europa
-media luna las armas de su frente,
y el Sol todos los rayos de su pelo-,
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace estrellas,
cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida,
-náufrago y desdeñado, sobre ausente-,
lagrimosas de amor dulces querellas
da al mar; que condolido,
Fue a las ondas, fue al viento
el mísero gemido,
segundo de Arión dulce instrumento.
A Quevedo (el del siglo XVII, el bueno), rival acérrimo de Góngora pero a buen seguro admirador en secreto de su arte (y viceversa), el ciclo de la naturaleza le sirve para demostrar la brevedad de la vida (tempus fugit) y lo efímero de las cosas terrenales. Para mostrar la fugacidad de la hermosura, usa elementos naturales que florecen y se marchitan rápidamente.
La mocedad del año, la ambiciosa
vergüenza del jardín, el encarnado
oloroso rubí, tiro abreviado,
también del año presunción hermosa:
la ostentación lozana de la rosa,
deidad del campo, estrella del cercado,
el almendro en su propia flor nevado,
que anticiparse a los calores osa:
reprensiones son, ¡oh Flora!, mudas
de la hermosura y la soberbia humana,
que a las leyes de flor está sujeta.
Tu edad se pasará mientras lo dudas,
de ayer te habrás de arrepentir mañana,
y tarde, y con dolor, serás discreta.
Uno de los temas más queridos por los poetas de la generación del 98 es el austero paisaje castellano, trasunto de su querida España. Antonio Machado es, posiblemente mi poeta más querido. Se incluye en este grupo de escritores por su obra Campos de Castilla. ¡Qué difícil escoger cuando la obra de un autor te emociona tanto! Me he inclinado, finalmente, por estos poemas.
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-la tarde cayendo está-.
"En el corazón tenía
"la espina de una pasión;
"logré arrancármela un día:
"ya no siento el corazón".
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada,
"quién te pudiera sentir
"en el corazón clavada".
¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!...
…..
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Muchos autores de la generación del 27 incluyen, de manera muy personal, la naturaleza en sus poemas. Para no extenderme, he escogido únicamente cuatro.
¿Quién no conoce el Romance sonámbulo de Lorca? Sí, el que comienza Verde que te quiero verde.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
Como si de un autor del 98 se tratara, Gerardo Diego canta al Duero.
Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja;
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.
Indiferente o cobarde,
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.
Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.
Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.
Quién pudiera como tú,
a la vez quieto y en marcha,
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.
Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada,
sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.
Rafael Alberti es el poeta de la mar, siempre un marinero en tierra.
¡QUIÉN cabalgara el caballo
de espuma azul de la mar!
De un salto,
¡quién cabalgara la mar!
¡Viento, arráncame la ropa!
¡Tírala, viento, a la mar!
De un salto,
quiero cabalgar la mar.
¡Amárrame a tus cabellos,
crin de los vientos del mar!
De un salto,
quiero ganarme la mar.
De Luis Cernuda es un maravilloso poema de amor en el que está muy presente la naturaleza.
Te quiero.
Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como animalillo en la arena
o iracundo como órgano impetuoso;
Te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;
Te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;
Te lo he dicho con las plantas,
leves criaturas transparentes
que se cubren de rubor repentino;
Te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.
¿No creéis que es este bellísimo canto al amor un bonito final para este humilde artículo? Yo creo que sí.
No voy a pedir perdón por olvidos imperdonables. Como os he dicho, es solamente mi selección.