La Naturaleza en la historia del arte
Por Víctor López, profesor de Geografía e Historia
"El arte es una forma de hacer visible lo invisible. La naturaleza está llena de belleza y misterio, y a través del arte tratamos de desvelarlo." Pablo Picasso
"Aprende de la naturaleza, ahí está tu futuro." Leonardo da Vinci
Desde que el primer humano tomó consciencia de si mismo, la naturaleza ha sido una fuente inagotable de inspiración para el arte. Ya sea en las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira, en los versos de los poetas románticos o en las instalaciones contemporáneas que buscan concienciar sobre el cambio climático, la relación entre arte y naturaleza es profunda, bidireccional y eterna. Esta conexión no sólo refleja la admiración del ser humano por el mundo natural, sino también su necesidad de interpretarlo, reinterpretarlo y, en ocasiones, preservarlo a través de la creatividad. Igualmente resalta la belleza de la naturaleza y plantea preguntas sobre nuestra relación con el medio ambiente y el impacto de nuestras acciones en él. Si el filósofo español Ortega y Gasset afirmaba: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”, el arte, sin duda alguna, nos ayuda a comprender, interactuar, respetar y modificar nuestra circunstancia, la naturaleza, para caminar de la mano hacia el más profundo conocimiento.
El arte es una parte integral de nuestra experiencia, por lo que se podría decir que el arte no existiría sin el ser humano pero tampoco sería descabellado afirmar que el ser humano no existiría sin el arte. El arte refleja no solo la creatividad del ser humano, sino también su esencia, emociones y la búsqueda de significado en el mundo que lo rodea por lo tanto se convierte en una de las más potentes e importantes herramientas para entender la relación entre el ser humano y la naturaleza.

A lo largo de los siglos, los paisajes, las flores, los animales y los fenómenos naturales han sido representados en diversas formas artísticas. Los impresionistas en el siglo XIX, capturaron la luz y el color de la naturaleza en sus obras, buscando transmitir la experiencia visual del momento tratando de captar los fenómenos atmosféricos. La naturaleza no sólo se convierte en un tema, sino en un medio para explorar emociones y sensaciones. De esta manera, la naturaleza se convierte en fuente de inspiración para el arte, siendo, por tanto, la más importante de las las escuelas para los artistas. Cezanne recomendaba al joven Gasquet leer en la naturaleza como si se tratase de un libro tras “inyectarse los ojos en sangre observando el paisaje” adentrándose en sus más profundos secretos y no sólo copiándola. El arte ha extraído, por consiguiente, enseñanzas esenciales para su desarrollo en la observación de la naturaleza. Desde las relaciones de armonía y proporción que dan lugar a la belleza en el sentido clásico, hasta la copia de la propia naturaleza en las cuevas de Altamira o los membrilleros de Antonio López. Frente a la obra del pintor afincado en Madrid es imposible no recordar la leyenda relatada por Plinio el viejo en la que, tras una disputa artística entre Zeuxis y Parrasio, el primero pintó unas uvas tan realistas que los pájaros se estrellaban contra la pintura al intentar comerlas.

Pero los artistas no sólo han copiado la naturaleza sino que han intentado adentrarse en ella con la intención de entender su esencia y convertirse en uno con ella. En las ascensiones de Petrarca al Mont Ventoux o Goethe haciendo lo mismo en el monte Gotardo, recuerdan al “Caminante sobre el mar de nubes” de Caspar Friedrich. Es en estos viajes que el alma se sublima ante la inconmensurable grandiosidad de la naturaleza como nos enseñó el filosofo Edmund Burke. En esta relación el artista extrae importantes lecciones sobre las leyes de la naturaleza y la belleza. Además, realiza un precioso viaje tomando lo concreto, aquello que podemos ver, oir, oler, tocar o saborear, y llevándolo a lo abstracto, es decir, nos emociona, apela a nuestro intelecto y eleva nuestro alma, para finalmente, devolverlo, en su obra, de nuevo a lo concreto. En este precioso caminar lleva al espectador a la catarsis y al más profundo y emocionante conocimiento . Es por esto que la naturaleza es una fuente inagotable de lecciones para el arte.
La naturaleza es bella.
Aristóteles sostiene que la belleza está intrínsecamente relacionada con la armonía y el orden natural que se observa en el mundo físico. A lo largo de la historia del arte, los artistas se han inspirado en esta concepción de la naturaleza como la fuente primordial de belleza. Los paisajes, los cuerpos humanos y los animales se han representado, ya sea en su forma más idealizada o en su versión más fiel y detallada, como una manera de capturar la perfección visual de la naturaleza. Esta relación entre arte y naturaleza se cimentó particularmente durante el Renacimiento, cuando tras volver la vista a la estética grecorromana no sólo representaron la belleza de la naturaleza, sino que intentaron entender sus principios matemáticos y geométricos, basándose en la observación directa de la naturaleza misma. Para los renacentistas, la belleza no era un ideal subjetivo, sino algo que podía ser definido y comprendido a través de las leyes naturales que regían el universo.

En este periodo, la naturaleza fue vista como un reflejo de la perfección divina. Los paisajes de artistas como Alberto Durero o la pintura de escenas mitológicas y religiosas, como las de Rafael, Da Vinci o Botticelli, fusionaban el mundo natural con lo sobrenatural. La representación de la naturaleza, con sus detalles minuciosos y su enfoque en la perspectiva y la proporción, buscaba capturar la belleza sublime que emanaba del mundo físico, pero también transmitir un mensaje espiritual y filosófico. La belleza, entonces, no sólo era un concepto visual, sino que adquiría un significado moral y trascendental. Los artistas barrocos como Caravaggio, Rubens, Velazquez, Bernini o Borromini trataron de ir un paso mas allá y jugar con dichas proporciones hasta recrear formas caprichosas que rompiesen el telón entre lo real y lo imaginado, lo terrenal y lo divino en un continuo baile entre Don Carnal y Doña Cuaresma donde lo divino se paseaba por las tabernas de Madrid y Roma. Por otro lado los pintores flamencos del final del medievo y comienzos de la Edad Moderna como Van Eyck, Campin, Van der Weyden o Patinir encontraran la belleza en la copia minuciosa de la naturaleza.
El Romanticismo, que surgió a finales del siglo XVIII, introdujo una visión diferente de la naturaleza. Si bien los románticos continuaron encontrando belleza en el mundo natural, su enfoque cambió radicalmente al percibir la naturaleza no solo como un símbolo de perfección o armonía, sino como un espacio sublime, un lugar lleno de emoción y misterio. La belleza de la naturaleza, según los románticos, no residía en su serenidad y equilibrio, sino en su poder arrollador, en su capacidad para evocar sentimientos intensos de admiración, temor y asombro.

Los pintores románticos, como Goya, Caspar David Friedrich o Turner, retrataron paisajes vastos y desolados, donde la naturaleza parecía estar en constante cambio y confrontación con la fragilidad humana. Estas representaciones se apartaron de las composiciones ideales y equilibradas del Renacimiento, y adoptaron una estética más emocional y subjetiva, buscando capturar lo sublime en lugar de la belleza. La inmensidad de las montañas, los mares agitados y los cielos dramáticos en las obras románticas no solo eran bellos, sino también representaban el poder y la fuerza indomable de la naturaleza.
Siguiendo el camino trazado por los artistas del Romanticismo los artistas simbolistas se adentran en la naturaleza guiados por las emociones y sensaciones. Odilon Redon, Gustave Moreau, el pintor canario Nestor o los prerrafaelitas retratan la sensualidad sublime de la naturaleza uniéndose a ella a través de leyendas y mitos propios de la cultura clasica, europea o locales. A estos habría que añadir a Gauguin, la escuela de Pont-Aven y más tarde expresionistas y fauvistas que no se relacionan con la naturaleza a través de la mímesis. Estos artistas retratan la esencia del paisaje desde las emociones y sensaciones que este les produce, creando, de esta manera, verdaderas tormentas de color que inundaban el cuadro y el alma del espectador. Por otro lado, los arquitectos del Modernismo como Gaudí o Puig i Cadafalch, siguiendo el camino iniciado por William Morris en Arts and Crafts, tuvieron una relación muy intensa con la naturaleza no sólo interpretando y aplicando las relaciones geométricas, sino incorporando, también, las caprichosas formas de los distintos elementos que se puede encontrar en la naturaleza. Tras la simplificación de la arquitectura propuesta por el Movimiento Moderno en arquitectura con Mies Van der Rohe, Gropius o le Corbusier, artistas como Eero Sarinem suponen una vuelta a la organicidad como se puede observar en la terminal del de la TWA del aeropuerto JFK en Nueva York, donde el edificio imita a un pájaro al levantar el vuelo.


Por otro lado, no habría que olvidar la relación del cubismo con la naturaleza y la belleza. Picasso hará un análisis de la naturaleza con la precisión con la que un cirujano utiliza el bisturí. Redefinirá el concepto de belleza separando el todo en sus diferentes partes y observando la relación que existe entre ellas. De esta manera, conseguirá entender el entorno racionalmente, para más tarde sintetizarla y así crear un nuevo marco de representación de la belleza y la naturaleza. Picasso, por tanto, acabará con el concepto renacentista de ventana por la que asomarse a la realidad. De esta manera, crea una obra conceptual donde el espectador deja de ser un mero agente contemplativo para ser un elemento activo en la obra teniendo que realizar un esfuerzo para completar la propia obra de arte. Así Picasso creará un nuevo marco para la belleza que en palabras del propio pintor sirva para otros 500 años.
La naturaleza como representación del Paraíso.
A lo largo de la historia, la humanidad ha intentado representar lo inefable, lo sublime, lo idealizado. Uno de los conceptos más recurrentes en este intento es la representación del paraíso y lo divino, una noción que no sólo pertenece a los ámbitos religiosos, sino que también se encuentra profundamente arraigada en el arte y en nuestra relación con la naturaleza. La relación entre el arte, la naturaleza y la representación del paraíso es una de las más profundas y longevas en la historia de la humanidad. A través de los siglos, artistas de diversas épocas han buscado representar el paraíso, ya sea como un lugar celestial o como una visión idealizada de la armonía entre el ser humano y la naturaleza. El arte, como un reflejo de nuestra relación con el mundo natural, ha evolucionado en su forma de concebir el paraíso, desde los paisajes idealizados de la Edad Media hasta las visiones románticas y contemporáneas que, aunque diferentes en estilo y enfoque, siguen apelando a nuestro deseo de encontrar el locus amoenus, un lugar perfecto y armonioso en el mundo como reflejo del paraíso.
Así mediante la creación de paisajes ideales, los artistas han buscado transmitir una visión de un mundo mejor, una utopía en la que el ser humano y la naturaleza se encuentran en armonía. La representación del paraíso tiene sus orígenes en las tradiciones religiosas. Ya en las pinturas rupestres, como las de Altamira o Lascaux, los seres humanos representaban animales y escenas de caza, mostrando una conexión directa con su entorno natural. Se cree que estas representaciones tenían un carácter ritual o mágico, buscando influir en la naturaleza para asegurar la supervivencia. En las primeras civilizaciones como Mesopotamia, Egipito o Harappan en el valle del Indo la naturaleza era vista como un reflejo del orden divino. Los artistas representaban paisajes, animales y plantas con un enfoque simbólico y religioso. Por ejemplo, en Egipto, el río Nilo era un motivo recurrente, simbolizando vida y fertilidad. En Grecia, la mitología estaba llena de referencias a la naturaleza, como los dioses asociados a ríos, montañas y bosques. En el cristianismo, por ejemplo, el Edén es el jardín primordial donde el ser humano vivió en armonía con la naturaleza antes de la caída, y es descrito como un lugar de belleza inconmensurable. De igual manera, en el islam, el Jannah o paraíso, es una extensión de jardines y ríos, un lugar de belleza y paz eterna. Estas imágenes de jardines, ríos y flores no solo son elementos de un paraíso espiritual, sino también de un lugar físico que los creyentes anhelan alcanzar y que el arte ha ayudado en su representación. El paraíso también se ha concebido como un espacio ideal de felicidad, pureza y perfección. La relación entre el ser humano y la naturaleza es esencialmente armónica, libre de los conflictos y sufrimientos que marcan la vida terrenal. Esta visión ha permeado diversas corrientes filosóficas y estéticas, influenciando a artistas a lo largo de la historia para crear representaciones visuales de ese estado de gracia.

Damos un gran salto. En su archiconocida Canción del pirata ,de Espronceda, el maAunque el imaginario colectivo nos lleva a visualizar la Edad Media como fuente de estudio para este tipo representaciones como en el “Jardín de las Delicias” del Bosco, no habría que olvidar que la conexión entre arte, naturaleza y paraíso se intensifica en el Renacimiento, un período de redescubrimiento de los ideales clásicos de belleza, equilibrio y p erfección. Durante esta época, los artistas comenzaron a explorar más a fondo la relación entre la humanidad y el mundo natural. Los paisajes no solo fueron incluidos como fondos en las obras, sino que adquirieron un carácter simbólico: se convirtieron en representaciones de un paraíso terrestre, un reflejo del orden divino y la armonía de la creación. En la pintura renacentista se comenzó a plasmar paisajes idóneos, donde la naturaleza se integraba de manera perfecta con las figuras humanas. Los bosques, las montañas y los ríos no eran solo escenarios; eran metáforas de la perfección y la belleza de un mundo ideal. La representación de la naturaleza, tal y como se observa en obras como La Virgen del Rocío de Rafael, es tan detallada y equilibrada que evoca esa sensación de estar ante un lugar divino y casi inaccesible. En La primavera de Botticelli, por ejemplo, el paraíso se manifiesta en un bosque lleno de flores y figuras mitológicas que celebran la fertilidad y la renovación. Esta obra no solo es una representación de la naturaleza, sino también una idealización de la misma, donde cada detalle está cuidadosamente dispuesto para evocar una sensación de perfección y armonía. Pero estos ejemplos también los podemos encontrar en la arquitectura del Bramante, Brunelleschi o Alberti, así como en la escultura de Miguel Ángel.r, símbolo de la libertad, que es uno de los pilares del Romanticismo, es la única patria del pirata.
Durante el Barroco la idea del Paraíso se hace más tangible con un precioso juego dialéctico donde el Paraíso se hace terrenal y dioses y mitos pasean junto a nosotros habitando los mismos espacios. Borromini, Bernini, Velazquez o Caravaggio eliminarán la barrera entre lo ficticio y lo real invadiendo el espacio del espectador e invitando al espectador habitar el espacio de lo artístico. Así naturaleza y arte se fundirán en un solo abrazo con el espectador rompiendo, de esta manera, la cuarta pared. De esta manera se anunciará el matrimonio entre el cielo y la tierra que tendrá lugar en el Romanticismo.
En la evolución del arte, especialmente en la pintura, el paisaje se consolidó como un género independiente. Durante los siglos XVII y XVIII, pintores como Claudio de Lorena y Nicolas Poussin desarrollaron un estilo denominado paisajismo idealizado, que utilizaba la naturaleza como vehículo para expresar el paraíso. Sus obras no eran representaciones exactas de paisajes reales, sino visiones idealizadas de la naturaleza, donde la luz, la proporción y la composición buscaban evocar la sensación de un lugar divino y perfecto.
Claudio de Lorena, por ejemplo, con sus obras de carácter bucólicas, utiliza la luz dorada que se extiende sobre las colinas y los ríos, creando atmósferas que invitan al espectador a sumergirse en un estado de tranquilidad y contemplación, casi como si estuviera observando una representación visual del paraíso. Estos paisajes, con sus elementos naturales exuberantes, sugieren que el paraíso es además de un concepto religioso, una aspiración humana a la belleza perfecta y la paz interior. Por otro lado, en la pintura holandesa encontramos numerosos ejemplos de la exuberancia de la naturaleza que nos recuerdan que no somos más que una gota en la inmensidad del océano. En este sentido artistas de la talla de Ruysdael siguiendo la estela de Van der Weyden, Van der Goes, Campin, el Bosco, Patinir o Antonio Moro llevaron la representación de la naturaleza a una definición y minuciosidad nunca vista anterioridad.
El Romanticismo, un movimiento artístico que surge a fines del siglo XVIII y principios del XIX, también se vio profundamente influenciado por la idea del paraíso. Sin embargo, los románticos se alejaron de la serenidad y el equilibrio clásico y comenzaron a enfocarse en lo sublime, en lo grandioso y lo arrollador de la naturaleza. Para ellos, la naturaleza era un reflejo de la creación divina, pero también un lugar de misterio, de fuerza y de emociones intensas. En sus paisajes, la naturaleza se representa de manera sublime: montañas imponentes, mares tempestuosos y cielos infinitos. Esta interpretación de la naturaleza como lo sublime se aleja de una visión tranquila del paraíso, pero sigue vinculada con la idea de que la conexión con la naturaleza es el camino hacia un estado de perfección y trascendencia.
A finales del siglo XIX el simbolismo se valdrá de una naturaleza exuberante como telón de fondo de sus representaciones de mitos. Sin embargo, en el siglo XX el paisaje se idealizará y simplificará desnudándolo de todo lo superfluo. Kandinsky en “De lo espiritual en el arte” hablará de la experiencia catártica que surge en el viaje de lo tangible a lo abstracto. Así esa representación idealizada de la naturaleza llevará tanto al artista como al espectador a una vivencia mística, donde “el color hará vibrar el alma como el martillo golpea las cuerdas de un piano”.

La naturaleza como paisaje
Este ha sido un tema central en la historia del arte, evolucionando a lo largo de los siglos y reflejando tanto la relación del ser humano con su entorno como las corrientes filosóficas, culturales y estéticas de cada época. La representación del paisaje en el arte ha evolucionado desde ser un mero fondo decorativo hasta convertirse en un vehículo para expresar emociones, ideas filosóficas y preocupaciones ecológicas. Cada época ha reflejado su relación con la naturaleza a través del arte, ofreciendo una ventana a cómo la humanidad ha percibido y valorado su entorno natural a lo largo de la historia. En el arte antiguo la naturaleza estaba presente en los fondos de muchas representaciones, su tratamiento era más simbólico o decorativo. En el arte egipcio, por ejemplo, el paisaje casi no era un sujeto, y en la Grecia clásica y Roma, los paisajes aparecían con frecuencia, pero más como elementos de fondos ideales o mitológicos. Aunque será en el arte clásico cuando la naturaleza comience a aparecer en frescos y mosaicos, como fondo para escenas mitológicas o cotidianas pero abandonando el simbolismo anterior. Un ejemplo son los frescos de Pompeya, donde se ven jardines y entornos naturales.
Mientras que en la Edad Media el paisaje aparecerá con carácter simbólico en el Renacimento comenzó a ganar importancia como género independiente. Los artistas renacentistas estudiaron la naturaleza de manera científica, buscando representarla con realismo. La perspectiva lineal y el estudio de la luz permitieron una mayor profundidad y realismo en las representaciones. En el Barroco, el paisaje se consolidó como género autónomo. Artistas como Claudio de Lorena y Nicolas Poussin en Francia, o Jacob van Ruysdael en los Países Bajos, crearon paisajes idealizados o dramáticos, a menudo con un enfoque emocional o espiritual. En los Países Bajos, el paisaje realista y cotidiano fue muy popular, reflejando la geografía local y la luz característica de la región. Finalmente con la llegada del Rococó los paisajes se volvieron más ligeros y ornamentales, reflejando la elegancia y el placer de la vida cortesana. Jean-Antoine Watteau y François Boucher pintaron escenas de jardines, paisajes idílicos y naturaleza en un estilo decorativo que destacaba la suavidad y la belleza.
En el Romanticismo del siglo XIX, la naturaleza se convirtió en un tema central, a menudo utilizado para expresar emociones intensas, la sublime fuerza de la naturaleza, y la conexión del ser humano con un mundo natural en el que se sentía pequeño y vulnerable. Los paisajes de J.M.W. Turner y Caspar David Friedrich, como ya se ha visto, reflejaban la majestuosidad y el misterio de la naturaleza, en la que se buscaba no solo representar el mundo visible, sino también captar sus aspectos espirituales y emocionales. Sin embargo John Constable y Thomas Cole también fueron grandes exponentes del paisaje en el R omanticismo, celebrando la belleza de la naturaleza con un enfoque más cercano al realismo. Esto autores tratarán de reflejar los fenómenos atmósfericos iniciando un camino que seguirá mas tarde la escuela de Barbizón y especialmente los impresionistas. En el Impresionismo (finales del siglo XIX), los paisajes se convirtieron en una manera de capturar la luz y el color de la naturaleza en tiempo real, con enfoque científico siguiendo las teorias del color y la visión de Eguene Chevreul. Claude Monet, con sus series sobre los nenúfares y la catedral de Ruan, mostró cómo la luz puede cambiar la percepción del paisaje a lo largo del día, mientras que Pierre-Auguste Renoir pintaba jardines y paisajes llenos de vida y color. Sin olvidarnos los efectos de la lluvia en la ciudad de Pisarro. La representación de la naturaleza dejó de ser un objeto fijo y pasó a ser algo que fluye, cambia y se percibe de manera subjetiva. Mientras que los neoimpresionistas como Signac y Seurat trataran de representar la esencia e inmutabilidad de la naturaleza en sus obras.
Con la llegada del siglo XX el paisaje tomará nuevos matices y enfoques, siguiendo el camino iniciado por los posimpresionistas, como Vincent van Gogh, Gauguin y Paul Cézanne que llevaron el paisaje a un nivel más expresivo y abstracto, explorando la estructura y el significado emocional de la naturaleza. Desde los fauvistas como Matisse o Derain y su reinterpretación de la luz tras su viaje a Coillure a las tormentas de color de Emile Nolde las vanguardias reinterpretaron el genero del paisaje uniendo las teorías del color de los impresionistas con el subjetivismo de los posimpresionistas. A medida que avanzamos en el arte de la segunda del siglo XX, el paisaje natural dejó de ser el foco principal, aunque algunos artistas como Georgia O'Keeffe o David Hockney continuaron explorando la naturaleza desde perspectivas personales y estilísticas. El arte contemporáneo ha continuado jugando con la idea de la naturaleza, abordando temas como la sostenibilidad, el cambio climático, la relación entre el ser humano y el medio ambiente, y cómo el arte puede generar conciencia sobre el impacto humano en el paisaje natural.

Arte y ecología
El arte, por lo tanto, también actúa como un espejo que refleja la relación del ser humano con la naturaleza. A través de la historia, los artistas han utilizado su trabajo para comentar sobre la belleza y la fragilidad del mundo natural. Obras como "El Grito" de Edvard Munch o "La Gran Ola de Kanagawa" de Hokusai no solo representan paisajes, sino que también evocan emociones profundas y una conexión con fuerzas naturales más grandes que nosotros. Estas obras nos invitan a contemplar nuestra propia existencia en el contexto de un mundo natural vasto y a menudo impredecible. En tiempos recientes, el arte ha tomado un papel crucial en la concienciación sobre problemas ambientales. Experiencias como el Land art o el Earth art utilizan su trabajo para abordar temas como el cambio climático, la deforestación y la pérdida de biodiversidad. Proyectos como "The Ocean Cleanup" o instalaciones de artistas como Olafur Eliasson, que utiliza elementos naturales para crear experiencias inmersivas, buscan no sólo crear conciencia, sino también inspirar la acción. El arte se convierte en un vehículo para la educación y la movilización social, recordándonos la importancia de cuidar nuestro planeta. Sin olvidar a Eduardo Chillida y sus intervenciones como el Peine de los vientos o Ibarrola en el Bosque de Oma que entronca la conciencia medioambiental con el sentimiento de pertenencia a un espacio.
Por lo tanto, la naturaleza ha servido como fuente de inspiración y como símbolo de lo divino, mientras que el arte ha actuado como un puente entre lo terrenal y lo celestial. En el mundo contemporáneo, esta relación ha evolucionado para incluir una reflexión crítica sobre el impacto humano en el medio ambiente, recordándonos que el paraíso no es solo un lugar lejano, sino también una responsabilidad que debemos cuidar y preservar. Así, el arte y la naturaleza continúan dialogando, ofreciéndonos nuevas formas de entender y representar el paraíso en un mundo en constante cambio.

La relación entre arte y naturaleza ha sido un diálogo continuo, reflejando cómo los seres humanos perciben, interactúan y se inspiran en el mundo natural. Desde las primeras representaciones simbólicas hasta las exploraciones conceptuales contemporáneas, el arte ha servido como un puente entre la humanidad y la naturaleza, evolucionando junto con nuestra comprensión y apreciación de ella. La representación del paisaje en el arte ha evolucionado desde ser un mero fondo decorativo hasta convertirse en un vehículo para expresar emociones, ideas filosóficas y preocupaciones ecológicas. Cada época ha reflejado su relación con la naturaleza a través del arte, ofreciendo una ventana a cómo la humanidad ha percibido y valorado su entorno natural a lo largo de la historia.
"Si amas la naturaleza, encontrarás la belleza en todas partes." Vincent Van Gogh